lunes, 27 de diciembre de 2010

Yo y King JOhnson


En el mundillo de la música me envidiaban por mi olfato para descubrir nuevos talentos musicales y, en el mundo del dinero, el lujo y el poder era envidiado por todo y por todos. Recorría las calles de Detroit buscando caras fotogénicas, chicas negras con caderas como contrabajos y contrabajistas que quisieran abandonar su instrumento y cantar mientras chicas negras movían sus caderas como contrabajos. La América Blanca podía seguir pisoteando nuestros derechos, pero a la hora de bailar, los blanquitos se movían al ritmo que marcaban los negros de la Motown.
En general no resultaba muy difícil que los chicos dejaran sus ropas de negros de la calle y cambiaran las pelotas de baloncesto por pañuelos de seda;  los brothers y las sisters de Detroit tenían hambre de gloria, popularidad y carne. Algunos de ellos, horteras desde la cuna, aprovechaban sus comisiones para comprarse trajes de pantalón acampanado y camisas de cuellos tan grandes como sus bocazas, pero lo de King JOhnson era excesivo.

King JOhnson era un negro escuálido y desgarbado aupado sobre unos zapatos blancos, el derecho con un alza enorme. Un día me contó que se había roto la pierna en tres pedazos cuando, con nueve años, se cayó del árbol desde el que espiaba a su hermano besándose con el hijo del abogado que defendía a su padre por intento de violación de una jovencita que era la sobrina o la querida de un mandamás de la empresa que fabricaba las agujas de los tocadiscos y que a pesar de las operaciones aquella pierna no creció más y se le quedó como era con nueve años.
Como te he dicho, todo era excesivo en King JOhnson;  hablaba sin parar y follaba más que hablaba. A nadie le importaba que mandara fabricar un tacón gigantesco para su zapato derecho y que intentara disimular su cojera; a casi todos les fascinaba su andar tambaleante como si sus pies escribieran perpetuamente un rhythm and blues. Y era grande, muy grande. Y muy caprichoso. Y muy maricón. Aparecía en el escenario con el pantalón celeste tan ajustado que le partía los huevos y se los inflaba como un globo, sus zapatones blancos con alza dorada y sus gafas de sol hasta que las chicas de la primera fila le gritaban, le suplicaban que por favor, les dejara ver sus ojos.

-          Queremos verte, King. Déjanos verte. Enséñanos los ojos.



Y entonces King les daba gusto como nadie más podría darles; se quitaba las gafas y mostraba sus ojos perfilados con lápiz como una Mata Hari negra y maricona; un éxtasis colectivo recorría la piel impoluta de las chicas y empezaban a perder la virginidad. Estaba guapo el cabrón, la verdad es que estaba guapo y los chicos y las chicas alcanzaban el orgasmo -oh, my Lord- y gritaban cachondos y la máquina de hacer dinero funcionaba a toda velocidad. Nunca los niñatos blancos se habían movido al ritmo que les marcábamos. Ni las Marvelettes ni las Supremes ni el lascivo Marvin Gaye; hasta entonces el soul era de negros, el blues era de negros, las caderas en balancín eran de negros, las piernas hechas un nudo eran de negros.

King JOhnson se hacía la manicura, se hacía limpiar el cutis con vapor, se ponía aceite de visón en el pelo... nada que no hicieran el resto de mis chicos y chicas en cuanto se veían con unos dólares en el bolsillo. Cantaban, ganaban dinero, se lo gastaban, cantaban y ganaban más dinero. Pero casi nunca abrían sus bocazas para rechistar. King JOhnson hablaba mucho y cantaba como los putos ángeles negros de esos que hacía poco había descubierto el tal Machín; y yo le quería por eso. Si dejaba de dar por culo le llevaría a Las Vegas y los dos nos emborracharíamos de oro.
Pero le tenía querencia a los niños blancos, a los jovencitos llenos de granos que a todo le decían que sí porque sus padres a todo les decían que no.

- Vas a joder tu carrera, King.

Y se reía. Se tocaba la piernecita derecha que cada día parecía más pequeña. El muy cabrón se reía porque era casi dios, -my Lord-, y me contaba que su pierna dejó de crecer cuando su padre le arreó una paliza y le pegó con la pala porque le había descubierto masturbándose entre las calabazas y aquella era su parte de Peter Pan y eso que me llevaba de ventaja porque siempre sería capaz de disfrutar como un niño y no sé qué más.
Un día se marchó y me dejó colgado con dos temas nuevos, “let me touch your soul” y “love in C”. Negocié con otros artistas pero jamás les dejé cantar aquellas canciones que estaban escritas para King, para la voz de King, para el balanceo imperfecto de los pies del Rey JOhnson y que tarareo a solas con mi piano y un Jack Daniels sin hielo.

Se había ido. Me dejó; aún no estaba muerto, pero de eso ya se encargaría el tiempo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

El secreto. No se lo digas a nadie

Las escuchaba hablar. Yo estaba sentado en la mesa de al lado tomando un capuchino que de tanto alargarlo se había ido quedando frío.Al principio casi no les prestaba atención, pero justo en el instante en que una bajó la voz y dijo en un murmullo "no se lo digas a nadie", todo cuanto me rodeaba perdió su interés y sólo tenía oídos, ojos e intención para ellas dos.
- No se lo digas a nadie, por favor. Necesito contarte. Nada más.
Por lo que seguí escuchando, no pedía consejo ni apoyo moral; sólo un poco de atención. La mía la tenía; la de su amiga también.
Comprenderán ustedes que no dé muchos detalles acerca de la confidencia que hizo. Si les cuento esto, por poco que les parezca, es porque también yo necesito decirles que sé pero que callo. Me siento muy sólo creyéndome casi el único depositario de un secreto tan grande. La amiga hambrienta de secretos, la voraz oyente parecía una esfinge pero casi me llegaba el rumor de su pensamiento.
"Claro, "no se lo digas a nadie", me ha pedido. Leal como una perra; una perra y ella mi amita, dándome secretos para comer. La perra es la mejor amiga de la mujer. Calla. Escucha. Mira para otro lado. Y este gilipollas haciendo como que no se entera de nada. Con la oreja puesta; vaya orejas. Dumbo. Yo una perra y éste de al lado un dumbito. Ay, cuánto echa de menos una mamá; las tetitas de mamá, como todos. Y habla . Y escucho."
Desde mi mesa de oyente, imaginé que yo podría ser el confidente perfecto de esa mujer divina. A la devorachismes se le veía que se le iban los dientes golosos detrás de cualquier cotilleo que la diera cierto poder.
"Me lo cuenta a mí y ella como una santa. Santaputa pide perdón. Nunca pide perdón. No necesita mi perdón. Juro silencio; seré una tumba. Se vacía; me llena de angustia. Leal. Tonta; no, tonta, no. La escucho. Está guapa. Guardaré el secreto; lo intentaré. Seré una tumba"
La amiga empieza a retorcerse en la silla. Está incómoda. No es fácil escuchar y no juzgar. Se ve que lo está intentando pero que le cuesta mantenerse callada. Fría. Por mi parte, yo estoy a punto de reventar como una caldera de agua hirviendo por eso se lo cuento a ustedes, para dejar escapar un poco de presión.

- Y ya; eso es todo. Gracias por estar siempre ahí. Voy un momento al cuarto de baño. Espérame; pago yo.
Supongo que va a lavarse un poco la cara para recomponer la máscara feliz. Mientras, su amiga parece haberse hecho vieja de golpe y yo aún no me creo lo que acabo de escuchar de esos labios preciosos, de esos ojos preciosos. Manos largas, lengua afilada, intenciones morbosas. Vuelve en dos minutos.

- Si quieres nos vamos ya. Me he quedado como nueva.

domingo, 31 de octubre de 2010

Punto muerto (un cuento)

Atascado. Lento. Joder, parado. Parado en mitad de la nada. Una recta interminable de Castilla y yo aquí en el coche. Fuera, unos cuarenta grados. Cuando todo se tuerce, se tuerce todo menos esta recta a la que no veo el fin.
No llego. Maria, desnuda, esperándome con los pezones duros, oscuros; lo mejor del hotel es el aire acondicionado. Maria es lo mejor de mi vida. María se ríe, se estremece, me hace feliz. Se dormirá esperándome; se quedará fría.
Joder, aquí parado en este atasco. ¿Qué coño está haciendo el capullo que va primero en esta fila? Mi vida paralizada porque algún gilipollas ha pinchado.
Si no se hubiera roto el condón no se hubiera jodido todo. Yo quería a Dolores; éramos casi niños jugando a médicos. Un pinchazo que llegó antes de que Dolores supiera lo que es un orgasmo, así me lo ha dicho.
Estancado. Ni para alante ni para atrás. Van saliendo a estirar las piernas y a enterarse de qué pasa. Resignados; gilipollas. Ya no llego. No me esperará.
Dejo el coche abierto; que se lo lleven si pueden.  Busco cobertura y encuentro un sitio para mear.

-          Caballero, podría ser más discreto, que voy con dos niñas.
Pienso, "qué te follen", y digo:
-     Disculpe.

Follar. María pezones duros. También con Dolores tengo días gloriosos; lo pasamos bien a veces. Normalmente, no. Dice que no va a la peluquería porque no le gusta cómo le dejan el pelo. Desgreñada y sexi; Dolores.
María esperándome en Cuenca; le dará mil vueltas a la cabeza, se vestirá y se irá a cenar con su marido. Para eso está. No sé si me quiere para follar o para sentirse guapa; una reina. Desnuda y yo aquí que ni para alante ni para atrás. Ni María ni Dolores, sólo carretera y espejismos al sol.
Niños corriendo por el arcén.
Bajo las ventanillas. Las subo. Me tapo los oídos y me escucho respirar. Me agarro al volante con las dos manos y piso el acelerador. Hey, Sabina, le quité el contacto al coche. Me asfixio de calor.
Sudo, sudaba cuando me pusieron a mi hijo en los brazos. Mi hijo con su madre, probablemente en el cine. María cenando con su marido. La vida sigue; yo detenido en mitad de mi camino. Una larga fila de coches detrás de mí; coches parados delante.
No llego. No vuelvo. No voy.
Podría morir de hambre si no solucionan esto. Puede que se olviden de nosotros.
 Me moriré de rabia si María se va a cenar sin mí. Palomitas en el cine. María con el buitre de su marido.
Los niños corren y disfrutan del ahora. Ahora es una mierda.
Mi vida es una mierda; ni para alante ni para atrás. Atascado, enfangado. Enredado.
Encuarentado. En cuarentena. Sin salida.
Detenido en mitad de nada.
Parado.

viernes, 22 de octubre de 2010

El hombre de mis sueños

He soñado con Imanol. No me incomoda aunque él duerma a mi lado y me busque con las manos y siga mi rastro por las sábanas; como es la primera vez que le veo en sueños no me permito sentirme culpable. Otra cosa sería haber soñado con Bruce. Recuerdo cuando aún le decía la verdad:
- Me cantaba sólo a mí y me hacía cosquillas con su aliento en la oreja. Luego bailábamos "dancing in the dark".
Seguramente nunca le hizo gracia que le hablara de Bruce; convirtió mis sueños en una confesión de mis deseos íntimos. Lo hice porque me hacía feliz decir en voz alta lo que había soñado en voz baja. Siempre es un placer decir el nombre de la persona a la que amas en secreto.
Cuando estaba pensando que había perdido la capacidad de soñar, aparece Imanol. Vuelve la ilusión de un encuentro inesperado. Y esta vez, no le digo nada; no voy a decir nada a nadie.
Cambio las reglas del juego: esta vez no lo voy a compartir.

martes, 12 de octubre de 2010

Rodar y rodar

Martes
Cuando ya he superado la cuesta arriba, cuando ha pasado el miedo a fracasar en esa carrera con un pronunciado desnivel en la que no se ve dónde está el final y no se puede una girar para ver el principio porque se puede perder pie, llega el momento del deleite. El placer de dejarse casi llevar; tensar los cuádriceps y disfrutar, por fin, de las vistas, de la bajada, de la respiración sencilla. El corazón, de vuelta a su estable letanía, olvida que minutos antes era un campaneo furioso dentro de mi pecho sudoroso, y se recrea mirando las encinas a los lejos, la roca de granito convertida por mi capricho en camaleón petrificado en el momento de lanzar la lengua hacia una mosca.
A punto de cantar victoria un día más; un día menos de tener que demostrar que puedo subir antes de bajar. Y entonces, la traición, el canto que hace que mi paso se tambalee. Ya no hay deleite, hay precipitación; like a rolling stone paseo mi cuerpo por el suelo. Mi cuerpo derrapa sin pedirme permiso, olvidado de que todo fue esfuerzo de la mente, que él solo no hubiera podido cumplir el objetivo.
El primer pensamiento: "que no esté roto, que no esté roto".
El segundo, casi simultáneo, que la caída y el revolcón no sean metáforas de nada.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Yanoquieroserunasupermujer (I)

Ayer me rebelé. Al mirarme en el espejo y ver que, como casi cada mañana, tenía cara de cansada, me lavé para quitarme las legañas que me arañaban y no me puse ni una gota de máscara de pestañas que normalmente hace que se me levante un poco el ojo y la moral. Y así, con mi cara de cansada y todo empecé el día; mi primer día de mujer que no intenta gustar conquistar seducir provocar convencer.
Trabajé casi como cualquier otra jornada, pero sin sonreír cuando hablaba por teléfono y, a la hora de la salida, llamé al padre de mis hijos y que aún es mi marido para decirle que descogelara unas empanadillas que yo me iba a quedar zascandileando. "Igual llegas tú antes que yo, que ando muy liado" me dijo. Y yo, "ya verás como no".
Y no hice nada que no pueda contar públicamente aunque me niego a confesar en casa en qué ocupé mi tiempo precioso, porque esa es otra, estoy aprendiendo a no justificarme a no dar explicaciones a no nada.

Entre nosotros, estuve leyendo un libro bastante malo pero muy entretenido (que eso pasa a veces) que no hubiera pasado la censura crítica de mi Club de Lectura. Y me tomé el café con azúcar porque cuando me pongo sacarina todo sabe a sacarina.
Como veis, tonterías, pero me sentí libre. Y casi feliz.
Dejé por un día de ser una supermujer y no pasó nada, no se hundió el mundo: tengo trabajo acumulado para mañana o pasado mañana pero nadie va a resolverlo por mí, leí un libro de tirón como cuando tenía 15 años, mis hijos comieron empanadillas con el centro sin descongelar del todo. Y  por la noche, tirada en el sillón viendo una película, pude llorar tranquilamente sin que se me corriera el rímel.
Toda una experiencia.

martes, 21 de septiembre de 2010

Renovarse o morir

... y como no tengo ganas de morir ni deprisa ni despacito, me puse a pensar cómo renovarme.

He estado hoy en un curso intensivo sobre los social media y las labores del community manager. Y como dijo aquel, "sólo sé que no sé nada"; una red social te lleva a otra y una comunidad a la de más allá. Y yo voy de duda en duda buscando sobre la marcha, sin poder detener a la mente enrevesada, cómo poner en práctica todo lo que me cuentan (mejor diré, todo lo que comprendo, que no es lo mismo).
En definitiva, lo que me ha quedado claro es que la comunicación a través de los social media debe hacerse con honestidad, con humildad, aceptando los errores; escuchando antes de empezar a hablar. O sea, como siempre.
Y mañana más. Ya os contaré.

martes, 14 de septiembre de 2010

Tu beso. Mi boca

Me has robado un beso.
De mi boca que era tuya
me has sisado una caricia.
Con la boca cerrada;
con los ojos abiertos,
mientras mis tripas perplejas te miraban
me has robado un beso
con el sabor delicioso
de lo prohibido.

Arrebatado, pecaminoso.
Fugaz.
Un beso con la fuerza de un abrazo,
de cien bueyes tirando del pasado
en un camino perdido.
Tirando de los recuerdos,
sudando con los reproches,
cegados por las dudas
las bestias tiran de nuestro pasado.
Y de ti.

No sé dónde cambiaba el paso,
cuándo he perdido el ritmo.
Estoy en el baile equivocado;
estás en el baile correcto sin mí.
Me quedo danzando al viento.
Giro, giro,
giro como gira la Tierra
que no sabe que gira.
Y cuando el mareo casi me hace caer,
me has robado un beso
de mi boca que era tuya;
con los sueños cerrados,
con los ojos abiertos.
Me ha sabido a ti,
a diecisiete años,
a un instante de reposo
en mitad de la batalla.

Me has robado un beso
y has acariciado el perfil multicolor
del arco iris de mi alma.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Retrato de mi abuela con un cigarrillo

Te he visto por la calle, pero no eras tú. He querido confundirme porque la he visto caminar despacio con un cigarrillo entre los dedos deformes. No te mató el tabaco, al contrario, te dio la forma de ensimismarte, de recogerte a la vista de todos. Detrás del humo escondías tus pensamientos grises que se confundían con las volutas enredadas que lanzabas hacia afuera, para que las absorbiera el mundo. Tus pensamientos siempre fueron solo tuyos, y aún así, tengo la impresión de que los disolvías en humo para poder echarlos al mundo. No debió de funcionarte la treta: encendías un cigarrillo y te quedabas callada, mirando tus recuerdos o tus sueños, dejándonos a todos fuera de ti.
A esta mujer, tampoco el tabaco va a matarla; ha tenido décadas de sobra para hacerlo y ha pasado de largo. Es más, parece que la haya mantenido viva porque sospecho que sin un cigarrillo no caminaría por el centro de la calle llena de jóvenes; se ha envalentonado y se hace sitio en un mundo que tiende a eludirla, en una calle que se vuelve peligrosa bajo sus pies vacilantes.

No todo fue tabaco. Te hizo falta otra arma para ser la que fuiste; un cigarrillo y sombra de ojos azul.

El azul llegó más tarde, creo, porque no te recuerdo al principio, al principio de mis recuerdos, con los ojos pintados. Guapa, sí, muy guapa y rotunda y altiva, con ese atractivo que solo tienen los que ya no esperan que nadie les mire; guapa por ti misma. Para ti misma. El tiempo de querer gustar se agotó y por eso gustabas tanto sin saberlo. El pelo fuerte, entreverado, iba eligiendo el camino de plata, pero aún se resistía a volverse luna del todo. Y los ojos sin pintar. Muy guapa.
No sé cuándo fue que los volviste azules, azules desvaídos. No sé si probaste antes con el verde, con el coral, con el marrón. Azul pierrot en tus ojos llorones; quizá sabías que los convertiría en tu recuerdo.

La mujer de la calle se te parece. En nada se te parece. Sois iguales en los dedos con nudillos como guindas sobre el pastel, en el cigarrillo y en los ojos pintados. Y en la piel arrugada. Y blanca, como si el sol no te hubiera visto; como si siempre hubierais caminado por la sombra.

Se me olvidaban los pendientes. Me regañabas si se me olvidaba ponérmelos. Un montón de pares de pendientes que un día han sido míos; joyas que sólo fueron joyas cuando tú los llevabas y que en mí vuelven a ser bisutería. Juguetes que imitan perlas, cristales que quieren parecer brillantes.
Guapa sin querer. Coqueta casi por obligación, por educación; te traicionaste cuando ya no quisiste ponerte más los dientes de mentira y aún así, sonreías con la boca cerrada y los ojos pintados de azul. Sonreías hasta que encendías el cigarrillo necesario para quedarte sola. Sola entre todos. Como siempre, sola.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Una tregua

Se acabaron el chocolate. El se chupó el dedo y dejó que se le pegaran los granitos de azúcar que quedaban en el plato de los churros; a los dos les gustaban muy dulces. Ella pidió un vaso de agua.

- Mejor que sean dos.

Se limpiaron los labios con unas servilletas de papel con los bordes rojos, hicieron con ellas una bola antes de dejarlas en el cenicero vacío.
Y siguieron discutiendo.

lunes, 30 de agosto de 2010

Sabor a ti

A Proust, con quien hubiera compartido miles de palabras con magdalenas
A veces necesitas algo que te ayude a levantarte de la cama, a hacer frente al día por delante. Entonces, puedes pensar en el alivio madrugador, en ese consuelo fiel parecido al del sexo, el que nunca falla cuando está entre tus manos y en tu boca.
Ese consuelo más inocente que sabe a infancia y que, si el cuerpo aguanta, volverá a ti en la vejez.
Puedes pasarte unos minutos mirando esa greca como de túnica romana o griega que recorre su perímetro; esos 12 agujeritos equidistantes en la parte interior de la circunferencia y otros cuatro más en un rectángulo que sirven de marco a su nombre: María. El nombre de María, que cinco letras tiene, la M, la A, la R la I la A, MA-RI-A, cantabas sin saber que le hacías un homenaje al alimento más humilde, al desayuno de ricos y pobres de tantas generaciones. MARIA, tan poderosa que todas las galletas redondas con sabor a vainilla heredaron tu nombre aunque no sean hijas legítimas.
Te levantas de la cama sabiendo que encontrarás su tacto entre los dedos, rugosa cuando palpas su nombre como escrito en Braille.
Oyes su crujir modesto cuando las partes de dos en dos o de tres en tres para que quepan en el vaso de leche templada; para que recojan mejor esa leche entre sus migas de esponja y espuma. Puedes echar tantas como el líquido lo permita y entonces María se convierte en una fiesta de tocayas que se mezclan, se enredan, se funden hasta que su identidad individual desaparece, como en una fiesta de adolescentes.
El ritual comienza con una sola galleta mojada poco a poco, mordisqueada poco a poco como para que no te llegue todo el sabor y toda la emoción de golpe. Hay que medir con precisión el tiempo de remojo para que la harina adquiera el punto adecuado, que se deshaga entre la lengua y el paladar con una mínima presión, pero que no se precipite dentro de la leche como un saltador de trampolín, en el viaje sobre la cuchara hasta tu boca.
Después, ya estás preparada, ya sabes que nada ha cambiado y puedes tomarte la libertad de devorar a cucharadas la masa primigenia de diez doce o quince galletas que han dejado de ser galletas y se convierten en ese puré delicioso que de adultos ya no nos permitimos por miedo a volver a ser demasiado felices.
Te llevas la cuchara a la boca y la mezcla ya no sabe a leche, no sabe a María, sabe a energía infantil, a tarta de cumpleaños pobre, a tentempié en lo alto del monte, al bolso de la abuela donde se desmigaban antes de la merienda. Las has comido con mantequilla, con miel, solas y con chocolate, pero nunca supieron tan a prohibido como las que untaste de fuagrás para recuperaros de largas sesiones de amor y sexo adolescente al amparo de las interminables jornadas de trabajo de tus padres.

Escribes estas líneas y te preguntas dónde fueron a parar las mañanas en que te obligaban a desayunar antes de ir al colegio, dónde el trajinar de tu madre mientras te tomabas en silencio el tazón de leche con muchas galletas y te escabullías sin lavarte los dientes siempre que podías.
A veces necesitas algo que te ayude a levantarte de la cama pero no te atreves a darte el capricho de volver a ser niña; sabes que hay un consuelo que no te defraudaría, pero no hay nadie que te obligue a desayunar antes de salir a la calle. Te dejas llevar por el desánimo y preparas la cartera sin pensar. Pero no dejas de lavarte los dientes.

jueves, 26 de agosto de 2010

Al filo

Es posible que aquella noche no durmiera bien. Puede ser que se levantara de madrugada a limpiar cristales bajo la mirada cómplice de la luna que la ayudaba a relajarse, o repasara con un cepillo de dientes las juntas de los baldosines de la cocina. Estas pequeñas manías la ayudaban a conciliar el sueño o a reconciliarse consigo misma, no lo sé. Desde que empezamos a vivir juntos me acostumbré a sus ausencias en la cama; mucho más me costó acostumbrarme a esas ausencias de uno o dos minutos en que su mente volaba a algún lugar mientras sus ojos me miraban sin verme; regresaba con un suspiro y trataba de retomar la conversación perdida allá donde la dejó, como si no viniera de tan lejos que me resultara casi imposible seguirla.
Se buscaría en el espejo del cuarto de baño y no se vería tan guapa como cuando se miraba en los escaparates de las tiendas durante aquel verano en Florencia, todo risas y reflejos. Se palparía las ojeras, las arruguitas que caminaban como ríos hacia las sienes, los labios descoloridos y secos de besos y palabras. Sin mirar, dirigiría la mano hacia el vaso de los cepillos de dientes y se toparía con el mango rayado y duro de la maquinilla de afeitar que delataba mi presencia y mi ausencia. Acariciaría el mango arriba y abajo sintiendo una leve cosquilla en la yema de su dedo índice, el que solía recorrer la silueta de mis cejas como dibujándolas.
Puedo imaginarla inclinando la cabeza hacia un lado y paseando el dedo arriba y abajo como si me acariciase. La tomaría después en su mano izquierda y la haría girar, miraría sus tres cuchillas paralelas a través del plástico protector y fingiría afeitarse las mejillas y el cuello. Seguramente cerraría los ojos y sentiría la caricia suave y segura; en algún momento se estremecería recordándome. Luego quizá fantaseara con quitar el protector y dejar que los dedos sintieran con cuidado el roce de las cuchillas.
Sin pensar, estaría ya mirando cara a cara a los tres filos escalonados; se fijaría en los bordes un poco más brillantes que el resto y frunciría la nariz al encontrar un pelo negro y puntiagudo como un cuchillo. Trataría de sacar con las uñas ese pedacito de mí, como si pudiera conseguir un ADN chivato que le contara porque la amé tanto, porque la dejé sin querer dejarla. El pelo, bien trabado entre la segunda y tercera cuchillas, no sería fácil de sacar y brotaría la primera gota de sangre de sus dedos, pero libre al fin, viajaría hasta su boca, lo pasearía por la punta de su lengua tratando de recuperar mi sabor.
Me la imagino dejando con cuidado el pequeño trofeo sobre la encimera de mármol y buscar, como si fuera miope, acercándose la maquinilla a los ojos, algún otro resquicio de deseo. Ya no la sostendría con la delicadeza del principio; la falta de sueño la habrá hecho más sensible al dolor y me estará odiando. Con las dos manos tratará de partir el mango rígido pero no lo conseguirá. Hubiera vuelto si me lo hubiera pedido; hubiéramos vuelto a caminar juntos si estuviera dispuesta a avanzar. Se quedó enredada en un mal pensamiento. Por mi culpa, sería por mi culpa.

“ Maldito capullo enano cabezón que se creyó que estaría siempre abierta para que pudiera vaciarse al llegar a casa se lo merece los ojos más bonitos los pellillos de las cejas su risa cuando me hacía cosquillas se afeitaba con cuidado las duchas juntos las vacaciones el sol el olor a sudor por las tardes la cama deshecha caliente llena de arrugas siempre tarde en el sillón con el fútbol flores para que le perdone capullo harta de planchar roncando mientras plancho los cuellos de las camisas los cristales siempre sucios se ven sucios con la luz de la luna flores para que le perdone...”.

Dejé algunas cosas en el armario y la maquinilla de afeitar en el vaso de los cepillos de dientes; hubiera vuelto si no gritara, si me lo hubiera pedido. Si hubiera dejado de llorar y de decirme que mataría a cualquier mujer que se me acercara, hubiéramos vuelto a dormir abrazados, pero ahora sólo puedo imaginármela mirando con rabia las cuchillas; apretando con furia la curva que une el cabezal con el mango, sosteniéndola tan fuerte que sus dedos quedarían estriados, marcados con el mismo dibujo rayado que tantas veces tuve entre mis manos por las mañanas.
No puedo imaginar el momento en que masticó con furia el protector de plástico; supongo que fue el punto desde el que no se vuelve. Masticó el protector y las cuchillas quedaron al aire para siempre.

La encontré al volver a casa para recoger mis cosas. Han hecho un buen trabajo; no se nota nada. Está muy guapa. Parece feliz.

martes, 24 de agosto de 2010

La perra lista

Esta es Narcisa; los niños la llaman "Narcisa, la perra lista". Ellos dicen que es lista porque comprende la palabra "paseo" o "toma", porque levanta las orejas cuando hablamos de ella.
Yo admiro su capacidad para ser feliz.
Tiene un pasado triste; seguro que lo tiene porque la adoptamos cuando tenía más de un año. La habían enviado a Madrid desde una perrera de Extremadura donde la habían encontrado vagando. Es muy guapa, pero intuyo que no debe de ser la cazadora que alguien esperaba que fuera, porque llora y se esconde cuando escucha un petardo.
Pero Narcisa convive con ese pasado y es feliz con su presente. No mendiga caricias; las pide abiertamente cuando se pone panza arriba, pero en seguida se recompone si ve que ese momento no es el apropiado para mimos. Y no creo que nunca se sienta fea, gorda, flaca... es más lista que todo eso y se acepta como es. No pierde la oportunidad de darse un buen atracón sin preocuparse de la línea. Se tumba al sol y ve pasar las moscas y, solo cuando le apetece, se levanta, se despereza y entonces va tras ella como si su sustento dependiera de la carnecilla escasa del insecto.
Es precioso verla correr por el campo. No persigue nada, no sigue ningún camino en particular; va y viene, se pierde de vista durante un buen rato y vuelve cuando quiere, con la piel arañada por las zarzas, jadeante y yo creo que feliz. No sabemos qué rastro sigue, qué busca si busca algo. Corre muy deprisa, a veces en línea recta, saltando por entre las jaras. Se debe de ir muy lejos porque no podemos alcanzarla con los ojos y no atiende a las llamadas.
Pero siempre vuelve. Vuelve porque quiere volver. Quizá por eso es lista; quizá por eso me parece que es feliz.

lunes, 23 de agosto de 2010

¡¡Precaución. Palabras mentirosas!!

Me gustan las palabras. Ya está dicho.
Me obsesionan a veces. Busco las que mejor suenan, las que me traen recuerdos, las que evocan un olor sin ser el olor mismo. Digo campana, y como Humbert Humbert al pronunciar el nombre de su Lolita amada, mantengo los labios pegados mientras pronuncio la m y los abro de manera un poco explosiva buscando la p y el sonido de la campana de la catedral; en este caso la palabra es la campana.
Otras veces, examino la palabra del derecho y del revés y resulta que no está a la altura de lo que describe. No me digáis que la j de mujer no suena un poco demasiado j, casi como si arañara. Qué diferencia con ese mulier que acaricia en la boca mientras se pronuncia.
A lo que iba, que me enrollo y no acabo de decir lo que traía en la cabeza. Pensaba antes de levantarme en mi propia situación: estoy parada. No tengo trabajo. ¿Estoy parada?
Pero qué va, nada más lejos de la realidad. La cabeza me bulle, el cuerpo corre, las tripas se enroscan sin descanso; leo, pienso, paseo, hablo, plancho, escribo, hago albóndigas y puré de verduras, quito las malas hierbas, visito librerías.
¿Quién fue el que decidió que alguien sin trabajo debía ser humillado diciendo que estaba en paro o parado?
Y a veces, si no tenemos cuidado, vamos dejando que las palabras nos definan, aceptamos el rol que llevan implícito.
Aunque hay algunas que me gustan mucho, me levanto en rebelión contra las palabras mentirosas.
Me declaro insumisa.

p.d. Por cierto, gracias a Inmaculada por llamar a las cosas por su nombre; me refiero a esa manía que tienen algunas mujeres de llamar a su ropa interior "braguitas" cuando está claro que el cuerpo de mujer que cubren no atiende al diminutivo. Ni falta que hace.

domingo, 22 de agosto de 2010

Precariedad

Estoy intentando aprender a vivir con menos de lo que tengo. También podría decir que estoy desaprendiendo a necesitar tantas cosas que no me hacen feliz.
Todo empezó con una amiga que mantiene la premisa de que por cada cosa nueva que se compra debe regalar o tirar alguna de las que posee. Yo, intentando que la propuesta me fuera más favorable le preguntaba si era posible cambiar unas bragas viejas por una camisa nueva. Ella se ríe pero se pone sería, "no, se trata de que hagas el sacrificio de apartar de ti algo que te gusta, algo que es bonito, que es valioso pero que merece la pena sacrificar para meter algo nuevo en tu armario o en tu biblioteca o en tu vida".
La escucho aunque hago que no la tomo en serio (muchas veces hago eso cuando no sé qué decir). Rebusco en el armario y saco dos o tres vestidos que no me puse nunca y decido que puedo regalarlos sin mucho aspaviento, pero soy incapaz de renunciar a nosécuántos zapatos de tacón que compré pensando en el "por si acaso" que nunca llegó: no sé caminar con tacones, no van con mi vida, con mi estilo ni con la estatura de mis amigos. Los miro y los miro; joé, son preciosos, me harían unas piernas estupendas si me los pusiera.
Y miro en la biblioteca; el tema aún es peor si cabe. Empiezo a pensar que una amiga no es tan buena como parece si me hace tener que dar tantas vueltas a todo. Cada libro que tengo forma parte de mí, incluso los que nunca leí pero compré con la ilusión de que me hicieran un poco más lista más interesante más imprescindible. Los que no me gustaron los guardo por respeto al escritor que se tomó su tiempo en ir colocando palabra tras palabra durante cientos de páginas que no llegaron a rozarme... y por si acaso algún día siento la necesidad de releerlos y reconciliarme con ellos.

Pero de pronto, hay un día en que los libros, los vestidos, los zapatos me empiezan a pesar como una losa. Renuncio a llevar pendientes como quien renuncia a dios a pesar de tener docenas de ellos. Y pienso, si los vaqueros tardan tanto en desgastarse, ¿cómo es posible que los haya ido comprando nuevos cada temporada sin haberme ido desprendiendo de uno sólo de los más antiguos? Ah, ya, los guardé porque las modas vuelven y cualquier día vuelvo a plantarme los de cintura alta o los de pata ancha. "Pero si nunca te sentiste a gusto dentro de ellos" me digo como Pepito Grillo.
Me voy dando cuenta a trompicones de que he ido aprendiendo a vivir con mucho más de lo que necesitaba y que es el momento de hacer, al fin, el camino inverso; que no he sido más feliz por tenerlo todo. Que precisamente eso me quitó las ganas de luchar por algo nuevo, por algo mejor. Me quitó las ganas de luchar por ser yo. Que me ponía los zapatos, los vestidos, los pendientes y me echaba en alguno de los muchos bolsos un libro y salía así, como si fuera feliz a comerme el mundo. Puedo jurar que no me he llevado ningún atracón.

Tengo que dejaros en un momento, tengo mucho mucho que meter en bolsas y regalar a los amigos o llevar a la Iglesia del Ejército de Salvación.
Quiero perder peso en el petate... y probar a volar.

sábado, 21 de agosto de 2010

De paso

Te pesa el peso en la espalda.
Pises por donde pises
pisas donde alguien pisó.
Buscas un camino nuevo.
El arcoiris está cerca
del infierno.
Pases por donde pases
pasas por donde alguien pasó.

Manos frías y pies fríos,
tripas hechas un ovillo.
La mente rara,
el corazón alerta.
Piensas lo que nadie pensó
que pudieras pensar.
Saltas al vacío;
matarse o volar.
A veces volar hace más daño
a los que pisan el camino
que no quieres pisar.
Te hueles las manos vacías
que empiezan a oler a amor.

Te posas
un instante
en otra piel
en otros ojos.
Paladeas
otro aliento y sientes
que estás vivo.
Las palabras que murieron
en tu boca
hace siglos
piden paso. Y pasan.
Y pueden ayudarte a volar.

El amor mueve el mundo

Todos los dioses ausentes de mi vida me libren de afirmar que ésto es válido para aquellos que pasan hambre, que temen por sus vidas o las de sus hijos, los que cada día se levantan a esperar la muerte o los que vuelan de una punta a otra del mundo en busca del dinero que enriquezca sus vidas cada vez más pobres. Pero aquí, ahora, en nuestra sociedad de más o menos bienestar, de casas con estufas o calefacción central, el amor lo mueve todo.
Sólo somos para que nos quieran. Avanzamos a latidos. Si nos aman nos sentimos fuertes, capaces de caminar por la nieve. Hablamos de encontrar trabajo, de invertir en bolsa, de ahorrar para las vacaciones, de las primarias en Madrid, de empezar a practicar algún deporte que nos haga sudar, de retomar los estudios o aprender a tocar el piano pero como dijo san Pablo, al que por otra parte no llegué a conocer, "si no tengo amor no soy nada". Abrimos los ojos o nos los abren a bofetadas y de pronto nos vemos solos en mitad de la multitud y nos quedamos parados, aterrados esperando que alguien nos tome de la mano y sintamos que fluye una energía que se parece tanto al amor que con toda probabilidad lo es.
No dudes; no te detengas. No te estanques. No pongas punto muerto para que tu vida se deslice cuesta abajo por la fuerza de la inercia. Puedes vivir más de una vida en el tiempo que te toque de estar por aquí; no te conformes. Sólo necesitas un poco de amor para comerte el mundo que amenaza con devorarte.

Me he puesto tan "mística" en esta primera entrada, que miedo me da afrontar la segunda. No me dejes sola porque lo que quiero es estar contigo, que me sigas leyendo; quiero compartir contigo lo que siento.
La vida es sueño aunque parezca verdad.