Dicen que en el principio fue el verbo, que no había más que palabras, y
que al ponerle nombre a las cosas, a los seres vivos, todo fue creado.
Está en nuestra mano, en nuestras palabras, volver a crear o recrear el
mundo, porque todo es posible sobre la página en blanco. Escribir, al
fin y al cabo, no es más que una manera de enmendar a dios, corrigiendo
lo que él hizo para rehacerlo según nuestros deseos.
Como García
Márquez, escribo para que me quieran, pero también porque no podría
hacer otra cosa; miro lo que me rodea y no puedo evitar interpretarlo
según mi estado de ánimo, según las palabras que me ronden la mente.
Hay cientos de mundos posibles y están en los libros.
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