jueves, 25 de noviembre de 2010

El secreto. No se lo digas a nadie

Las escuchaba hablar. Yo estaba sentado en la mesa de al lado tomando un capuchino que de tanto alargarlo se había ido quedando frío.Al principio casi no les prestaba atención, pero justo en el instante en que una bajó la voz y dijo en un murmullo "no se lo digas a nadie", todo cuanto me rodeaba perdió su interés y sólo tenía oídos, ojos e intención para ellas dos.
- No se lo digas a nadie, por favor. Necesito contarte. Nada más.
Por lo que seguí escuchando, no pedía consejo ni apoyo moral; sólo un poco de atención. La mía la tenía; la de su amiga también.
Comprenderán ustedes que no dé muchos detalles acerca de la confidencia que hizo. Si les cuento esto, por poco que les parezca, es porque también yo necesito decirles que sé pero que callo. Me siento muy sólo creyéndome casi el único depositario de un secreto tan grande. La amiga hambrienta de secretos, la voraz oyente parecía una esfinge pero casi me llegaba el rumor de su pensamiento.
"Claro, "no se lo digas a nadie", me ha pedido. Leal como una perra; una perra y ella mi amita, dándome secretos para comer. La perra es la mejor amiga de la mujer. Calla. Escucha. Mira para otro lado. Y este gilipollas haciendo como que no se entera de nada. Con la oreja puesta; vaya orejas. Dumbo. Yo una perra y éste de al lado un dumbito. Ay, cuánto echa de menos una mamá; las tetitas de mamá, como todos. Y habla . Y escucho."
Desde mi mesa de oyente, imaginé que yo podría ser el confidente perfecto de esa mujer divina. A la devorachismes se le veía que se le iban los dientes golosos detrás de cualquier cotilleo que la diera cierto poder.
"Me lo cuenta a mí y ella como una santa. Santaputa pide perdón. Nunca pide perdón. No necesita mi perdón. Juro silencio; seré una tumba. Se vacía; me llena de angustia. Leal. Tonta; no, tonta, no. La escucho. Está guapa. Guardaré el secreto; lo intentaré. Seré una tumba"
La amiga empieza a retorcerse en la silla. Está incómoda. No es fácil escuchar y no juzgar. Se ve que lo está intentando pero que le cuesta mantenerse callada. Fría. Por mi parte, yo estoy a punto de reventar como una caldera de agua hirviendo por eso se lo cuento a ustedes, para dejar escapar un poco de presión.

- Y ya; eso es todo. Gracias por estar siempre ahí. Voy un momento al cuarto de baño. Espérame; pago yo.
Supongo que va a lavarse un poco la cara para recomponer la máscara feliz. Mientras, su amiga parece haberse hecho vieja de golpe y yo aún no me creo lo que acabo de escuchar de esos labios preciosos, de esos ojos preciosos. Manos largas, lengua afilada, intenciones morbosas. Vuelve en dos minutos.

- Si quieres nos vamos ya. Me he quedado como nueva.