Te he visto por la calle, pero no eras tú. He querido confundirme porque la he visto caminar despacio con un cigarrillo entre los dedos deformes. No te mató el tabaco, al contrario, te dio la forma de ensimismarte, de recogerte a la vista de todos. Detrás del humo escondías tus pensamientos grises que se confundían con las volutas enredadas que lanzabas hacia afuera, para que las absorbiera el mundo. Tus pensamientos siempre fueron solo tuyos, y aún así, tengo la impresión de que los disolvías en humo para poder echarlos al mundo. No debió de funcionarte la treta: encendías un cigarrillo y te quedabas callada, mirando tus recuerdos o tus sueños, dejándonos a todos fuera de ti.
A esta mujer, tampoco el tabaco va a matarla; ha tenido décadas de sobra para hacerlo y ha pasado de largo. Es más, parece que la haya mantenido viva porque sospecho que sin un cigarrillo no caminaría por el centro de la calle llena de jóvenes; se ha envalentonado y se hace sitio en un mundo que tiende a eludirla, en una calle que se vuelve peligrosa bajo sus pies vacilantes.
No todo fue tabaco. Te hizo falta otra arma para ser la que fuiste; un cigarrillo y sombra de ojos azul.
El azul llegó más tarde, creo, porque no te recuerdo al principio, al principio de mis recuerdos, con los ojos pintados. Guapa, sí, muy guapa y rotunda y altiva, con ese atractivo que solo tienen los que ya no esperan que nadie les mire; guapa por ti misma. Para ti misma. El tiempo de querer gustar se agotó y por eso gustabas tanto sin saberlo. El pelo fuerte, entreverado, iba eligiendo el camino de plata, pero aún se resistía a volverse luna del todo. Y los ojos sin pintar. Muy guapa.
No sé cuándo fue que los volviste azules, azules desvaídos. No sé si probaste antes con el verde, con el coral, con el marrón. Azul pierrot en tus ojos llorones; quizá sabías que los convertiría en tu recuerdo.
La mujer de la calle se te parece. En nada se te parece. Sois iguales en los dedos con nudillos como guindas sobre el pastel, en el cigarrillo y en los ojos pintados. Y en la piel arrugada. Y blanca, como si el sol no te hubiera visto; como si siempre hubierais caminado por la sombra.
Guapa sin querer. Coqueta casi por obligación, por educación; te traicionaste cuando ya no quisiste ponerte más los dientes de mentira y aún así, sonreías con la boca cerrada y los ojos pintados de azul. Sonreías hasta que encendías el cigarrillo necesario para quedarte sola. Sola entre todos. Como siempre, sola.
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