miércoles, 4 de septiembre de 2013

EXORCISMO


Te has tirado al suelo y eso no me parece ni medio justo. Estamos en el pasillo del centro comercial a medio camino entre la ropa interior de señora y los complementos para bebés; entre bragas y biberones para que me entiendas, y así, sin venir mucho a cuento, te has tirado al suelo y te has puesto a llorar como si te estuviera agujereando con un tenedor.
Te quiero mucho; creo que te quiero, que voy aprendiendo a quererte, pero de pronto te veo así y tengo ganas de salir corriendo. No te reconozco. Nos gusta jugar juntos en la bañera y echarnos por la cabeza agua con tus vasos de plástico de colores, dormimos la siesta abrazados pero cuando te pones así no comprendo nada.
Estábamos haciendo la compra, tranquilos, haciendo que la rutina se convirtiera un poco en un juego:




     - Toma cariño, lleva el jamón hasta el carrito. A ver si llegas. De puntillas y.... síiii, mi chicarrón lo ha conseguido. ¿Buscamos ahora los quesitos?

Y tú, muy serio, como si tu ayuda fuera imprescindible. Como si yo no hubiera sido nunca nada sin ti.
Te equivocas y no coges la marca de quesitos de siempre:

     - No, mira estos son los que te gustan; esos son los que comen las señoras gooordas cuando no quieren engordar más.
     - Tonta.

Me has llamado tonta. Me siento fea con esta coleta entreverada de canas y estoy cansada y  no relleno los vaqueros como antes. Soy madre, joder, me justifico delante del espejo que ya no es más el espejito mágico que me decía "tú eres la más bella, mi señora". Pero no, tonta no soy aunque a veces finja que lo soy un poco cuando hablo contigo. Cómo es posible que un enano se crea tan listo y tenga tanto poder sobre mí.

     - A mamá se la llama tonta?

Vale, te he gritado un poco, pero tu reacción es exagerada. Has salido corriendo y tentada he estado de hacerme la loca y seguir mi camino como si no te conociera. Y ahora aquí estamos, entre los sujetadores y las tetinas; tú tirado en el suelo gritando y pataleando y yo al borde del abismo. Acercarme a ti y tratar de tranquilizarte no servirá de nada, ya lo sé por otras veces. Se te pasará el berrinche de repente, igual que te vino. Pero hoy estoy más cansada, y tengo más canas y me suenan las tripas.

     - Cariño, ya...

Y me largas una patada con tus botitas tiesas que favorecen la buena formación del pie. Esto, ya sabes no se lo consentiría a nadie. Saco el teléfono para compartir este momento:

     - Tu hijo, que vuelve a estar poseído en mitad del Corte Inglés.

Paciencia, me dice tu padre. Paciencia. Si no tuviera paciencia te habría tirado por una ventana alguno de los días que me vomitaste el puré encima después de haber estado peleando una hora para que te lo comieras. O cuando llorabas al posarte en la cuna después de un buen rato de mecerte en brazos y parecías profundamente dormido. Me duelen los brazos de tanto consolarte; y todo el cuerpo de consolar a tu padre cuando llega de trabajar.
Yo era una mujer normal. Una mujer feliz; me reía por cualquier cosa. Pero esto no tiene nada de gracia.

     - Ya está ¿eh? Esto no tiene nada de gracia.
Y sigues llorando. Eres mucho más fuerte que yo. Más resistente. Intento el soborno:
     - Te compro un huevo kinder, ¿vale?

Me miras; me has mirado sin una sola lágrima y has seguido berreando. Ese aullido que no sé de qué parte de tu cuerpo sale pero parece interminable. La gente nos mira; a ti con ojitos de ternura y a mí con gesto de mala leche, como si sospecharan que te estoy torturando. Ya no puedo más, amor. Te cojo de una muñeca y te llevo a rastras hasta el carro; mañana en la guardería volverán a preguntarme que cómo te has hecho esos moratones en la mano. Te meto en el carro con el jamón y los quesitos de la discordia. Me sueltas unas cuantas patadas más mientras rebusco entre la compra y por fin saco el test de embarazo que pensaba hacerme esta noche; un hermanito, te diría dentro de unos meses, vas a tener un hermanito o hermanita para jugar. Dejo la caja del predíctor entre los yogures y las natillas. En cuanto encuentre un rato pido a Goyi que me acompañe. A tu padre, de esto, ni una palabra.

viernes, 11 de enero de 2013





MIS MARGAS


Siempre a punto de romperme.
Tan dura que el aliento de una nube puede quebrarme.
Rodeada de rendijas que me llevan a través del tiempo; rendijas tapadas con tablas, con barro, con trapos viejos. Rendijas que me tientan mostrándome el mundo del otro lado... y me cuelo. Me hago la despistada y me dejo abducir por el pasado oculto. No renegar de él, pero tratar de olvidar.
Olvido, por caridad.
 
Un tiempo, otro tiempo que parece tan cercano como el sueño de esta noche o la línea del horizonte. Una infancia de naranjos, buganvillas y caracoles; una casa chiquitina que era mía y un perro que era mío y sólo dos amigos, pero que eran los míos. Una infancia con un padre guapo que iba a perder para casi siempre y una madre de lágrimas sin cebolla y canciones tristes. Me he deslizado por el tobogán del tiempo y me he llevado las cuatro sonrisas ¡já!, que son mi arma secreta contra la melancolía.
Una infancia de clubes nocturnos, gritos, mentiras y un hombre borracho montando en el triciclo de Guille. Melancolía y miedo.
Una visita al pasado que dura menos que lo tarda en cocerse el arroz; mucho menos que lo que tarda en agriarse la leche a pleno sol, y ya la nostalgia que se queda pegada como el olor a azahar. Como el olor a pedo. Como el salitre que no se va con una ducha a menos que te dejes la piel en jirones.

Tengo pena de mí misma. Lloro por mi infancia rodeada por los cuatro amaneceres que me ha traído el futuro que ya es presente.
¡Este mundo ve hoy por última vez amanecer!
Tapo la rendija con cal viva y gatos muertos. No me convertiré en estatua de sal. Cierro la caja para siempre y pongo sobre la tapa la piedra que ha cogido Jorge de la que fue mi playa. Para siempre. Olvidaré todo menos las promesas. Para siempre.
Amén.