Aunque llevábamos días esperando
encontrar cualquier indicio que nos asegurara que estábamos en el lugar
adecuado, cuando encontramos a Lucy a todos nos dio un vuelco el corazón. Hacía
tanto calor que parecía que el cielo pesaba y en la radio casi sin pilas
sonaban los Beatles; estábamos aletargados y seguíamos cavando como sonámbulos
con la esperanza de encontrar algo. Habíamos dormido mal por culpa del zumbido
de los insectos que nos visitaban por la noche en el campamento y hacía ya
días, demasiados, que habíamos renunciado a lavarnos con agua fresca; un poco
de agua turbia del río que no conseguía ni hacer espuma con el jabón, y litros de colonia para engañar al olfato del
vecino de excavación, eso era todo en la última semana. Ni hallazgos, ni
sospechas de hallazgos ni nada de nada. Nada.
Supongo que desde fuera alguien
hubiera pensado que no seríamos capaces de ver el brazo de Lucy cuando
apareciera, y que lo arrojaríamos al montón de arena sin pestañear. Debíamos de
parecer tan cansados que cualquiera pensaría que trabajábamos de manera
automática; sin mirar; sin pensar. Pero estábamos alerta.
De repente el desierto se llenó de
gritos de alegría, aunque la reacción de Don iba más allá del júbilo
gratificador que sentimos todos como recompensa a tantos meses excavando. Nos
miramos unos a otros y nos sonreímos; supuse que mis compañeros verían en mí
los mismos surcos de sudor y lágrimas que dejaban un rastro embarrado en mitad
de la cara. Gritamos, nos abrazamos y Michael y Mika se besaron en los labios.
Don sin embargo se quedó quieto,
paralizado. Se acercó y tomó el hueso entre sus brazos; yo pensé que lo estaba
acunando y le hablaba en voz muy baja. Con una ternura infinita, lo acariciaba
y apartaba el polvo que lo cubría. Durante un instante, sacó la lengua y lamió
la suciedad milenaria de aquel húmero reseco y pequeño. Cuando se echó a
llorar, ninguno nos atrevimos a consolarle; parecía que su tristeza le llegara
desde muy hondo, desde muy lejos. Nadie sabía desde dónde, y si alguien lo
supo, calló.
SEGUNDA VOZ- DIOS:
Yo conté por qué lloraba Don y de
dónde venía su tristeza, pero Harry dice que callé y no me tomaré la molestia
de sacarle de su error; si él no sabe
escuchar mi testimonio en el croar de las ranas o en el viento africano entre
las hojas, no serviría de nada que hubiera dibujado un arcoiris para que leyera
la Verdad.
Nada ocurre por casualidad, puedo
dar fe de ello; me esfuerzo por controlarlo todo para que el destino pueda seguir
el camino invisible que he marcado con mi dedo hace millones de años.
Habían trabajado todos tanto y
estaban a punto de rendirse, de marcharse para no volver, y no quise consentir
que se fueran con sensación de derrota. Derramé mi aliento sobre la arena y
dejé al descubierto un montón de huesos que para otros no tendrían más
importancia que el cráneo, la cadera, los dientes o el cúbito de un mono; un
mono más entre tantos que mueren de sed o en una pelea.
Como siempre, todo salió como había
planeado: Don tomó el brazo de Lucy entre los suyos y pude constatar que solo
Harry intuía algo de lo que estaba pasando; los demás sonreían, se felicitaban
y brindaban con un vino caliente que alguien sacó de su mochila. Mika y Michael
aprovecharon para besarse en medio de la confusión, imaginando que nadie daría
importancia a esa muestra de alegría, pero Harry y yo les vimos y puedo
asegurarles que, al menos yo, lo tuve en cuenta a la hora de diseñarles un
futuro, ingrato, es verdad, pero qué quieren, a veces no tengo ganas de otra
cosa.
El caso es que por fin habían
aparecido; los restos de la mujer más antigua de la que se tenía noticia
estaban allí, justo donde yo la había visto caer, hacía casi cuatro millones de
años, cuando la vida no valía casi nada y ni siquiera los mejor adaptados
podían caminar erguidos. Lucy, que entonces no tenía nombre porque no existía
un lenguaje capaz de nombrarla, andaba preñada y no quería cruzar el río con
sus compañeros para buscar comida en la otra orilla. Nunca le gustó el agua; ninguno
sabía nadar pero tenían que arriesgarse. Lucy no era ni más valiente ni más
miedosa que los demás, pero no tenía fuerzas para proseguir y además, aunque no
le hicieran caso porque se quejaba más bien poco, le dolía ese pie gordo y
peludo que se había rajado con una rama
puntiaguda que ni siquiera supieron aprovechar como lanza. Puse a su
alcance palos, metales y piedras que serían codiciadas miles de años después,
pero no les di la inteligencia para emplear ni unos ni otras. En fin...
Decía que nada ocurre por
casualidad. Lucy se quedó en ese remanso del río y no volvieron a buscarla.
Parió sola y no murió sola porque su hija estaba con ella. Nunca me gustó la
soledad.
Lucy, como la llaman ahora, murió
de hambre; la pequeña, no. Yo podría haber hecho que le acercaran unas semillas
o un trozo de carne, pero nunca enmiendo mis planes. Había decidido que
sucediera así y así sucedió. He olvidado decirles que soy todo poderoso, que a
veces me acusan de cruel. Es duro tener la responsabilidad de hacer que el
mundo avance: unos mueren junto a un río y otros estudiarán sus restos para
conocerse mejor a sí mismos.
Lucy no sabía que pasaría a la
Historia, a la historia de la prehistoria. Tampoco creía en mí. No sabía que no
creía en mí porque su vida era sólo el momento, ni pasado ni futuro. Ni muerte
ni esperanza. Mi nombre era demasiado complicado para sus cuerdas vocales; lo
sé porque yo mismo las diseñé con esa limitación.
Tampoco ahora rozan ustedes lo que
es mi esencia. Pero pueden llamarme Dios.
VOCES TERCERA Y CUARTA- LUCY
Y DON:
Don Johanson. Hadar, (Etiopía) 1974.
Al fin te he encontrado, mi amor.
Nos hemos reencontrado después de cuatro millones de años.
Los demás andan pensando en la
gloria de haberte descubierto y te han puesto una etiqueta que te nombra como Australophitecus
afarensis, para mí eres Lucy porque los Beatles andaban cantando en la
radio del campamento “Lucy in the sky with diamonds” cuando apareciste; yo
hubiera querido poder bailar contigo en ese momento. Y siempre; escuchar tu
respiración agitada.
No sé cómo pude dejarte abandonada
allí, a la orilla del río, y seguir camino; supongo que entonces sólo pensaba
en mi supervivencia, pero he tenido siglos para arrepentirme y te he buscado
por todas las épocas.
Al fin estás aquí. Tengo tu pelvis
y tu fémur metidos dentro del saco de dormir en esta noche en la que nadie
duerme; se me antojan ahora tan bonitos que no logro comprender cómo han podido
los demás no enamorarse de ti. Ya eras la más guapa del grupo cuando te vi la
primera vez, pero yo era más torpe y más ciego que ahora. Ya ves, el macho
dominante y tonto que no sabía prestar a una dama toda la atención que merecía.
¿Qué me dirías si me vieras ahora?
-Te veo y reconozco tus ojos del
color del musgo- ¿Cómo te sentiste cuando me viste cruzar y te quedaste tan
sola? -... ha pasado tanto tiempo que ya no me importa; sí que me enfadé un
poco aquel día, pero yo soy también más sabia que entonces. Ves sólo mis huesos
pero algo que no sé lo qué es te ha perseguido. Mi recuerdo te ha perseguido,
el tacto de mis manos peludas te ha perseguido. Un amigo me dijo que nada es
casual. Llevas buscándome casi una eternidad porque así lo he querido; no
hubiera conseguido perdonarte sin volver a verte- ¿Has podido perdonarme, carita de mono,
preciosa, la hembra de mi vida? -Has tenido alrededor a otras; has estado
dentro de muchas, lo sé. Pero me querías a mí. Te he visto llorar muchas tardes
de sol brillante como en la que nos separamos. Tu hija tenía la misma mirada
que tú; la maté yo misma porque de mis pechos no salía ni una gota de leche
para alimentarla, espero que eso no te entristezca ahora. Te dirán tus
compañeros, cuando observen escrupulosos mis restos, que morí lentamente de
hambre... pero tu hija no, ella no. Fui una buena madre-.
Querida Lucy, no sabes -sí sé-
el calor que hace hoy; -parece que has olvidado los días en que casi no podíamos respirar de cómo nos
abrasaban los pelillos de la nariz con el aire tan caliente. A ti se te ponían
los pezones rojos y te picaban-. Algunas moscas se posan en tus huesos y me
da rabia que perturben tu descanso – ya nada me perturba. Estamos juntos y
eso es lo único que importa-. Tendré que separarme de ti para que te
estudien y saquen conclusiones, pero tu mandíbula me la quedo –para besarnos
siempre, ¿verdad?-. Mi carita de mono, para besarnos siempre.