viernes, 11 de enero de 2013





MIS MARGAS


Siempre a punto de romperme.
Tan dura que el aliento de una nube puede quebrarme.
Rodeada de rendijas que me llevan a través del tiempo; rendijas tapadas con tablas, con barro, con trapos viejos. Rendijas que me tientan mostrándome el mundo del otro lado... y me cuelo. Me hago la despistada y me dejo abducir por el pasado oculto. No renegar de él, pero tratar de olvidar.
Olvido, por caridad.
 
Un tiempo, otro tiempo que parece tan cercano como el sueño de esta noche o la línea del horizonte. Una infancia de naranjos, buganvillas y caracoles; una casa chiquitina que era mía y un perro que era mío y sólo dos amigos, pero que eran los míos. Una infancia con un padre guapo que iba a perder para casi siempre y una madre de lágrimas sin cebolla y canciones tristes. Me he deslizado por el tobogán del tiempo y me he llevado las cuatro sonrisas ¡já!, que son mi arma secreta contra la melancolía.
Una infancia de clubes nocturnos, gritos, mentiras y un hombre borracho montando en el triciclo de Guille. Melancolía y miedo.
Una visita al pasado que dura menos que lo tarda en cocerse el arroz; mucho menos que lo que tarda en agriarse la leche a pleno sol, y ya la nostalgia que se queda pegada como el olor a azahar. Como el olor a pedo. Como el salitre que no se va con una ducha a menos que te dejes la piel en jirones.

Tengo pena de mí misma. Lloro por mi infancia rodeada por los cuatro amaneceres que me ha traído el futuro que ya es presente.
¡Este mundo ve hoy por última vez amanecer!
Tapo la rendija con cal viva y gatos muertos. No me convertiré en estatua de sal. Cierro la caja para siempre y pongo sobre la tapa la piedra que ha cogido Jorge de la que fue mi playa. Para siempre. Olvidaré todo menos las promesas. Para siempre.
Amén.